comercialización y regulando los precios. Cuatro o cinco trenes llegaban semanalmente a Esquel  y descargaban productos de MRP: harinas, fideos, aceites y otros derivados de la agroindustria.  (19)

 La memoria popular cita que uno de  los productores, el Sr. Morgan, decía que no tenían cómo vender el trigo y se lo darían a las gallinas. (20)

 De todos modos, la operación no era novedosa: la empresa adquiría molinos pequeños y compraba el trigo, lo molía industrialmente para dominar el comercio de harinas por todo el país, utilizando el ferrocarril.

 Si bien la memoria popular le asigna al ferrocarril la “responsabilidad” del cierre de los molinos de la zona, existe una serie de factores diversos y coincidentes que cambiarían la producción regional.

 Respecto del Molino Andes, de Trevelin, la competencia creciente de harinas del norte afectan su funcionamiento. Cierra en  1947 tras casi medio siglo de liderar la molienda y comercialización en la región.

 En El Bolsón, localidad que no contaba con el ferrocarril, el molino de Antonio Merino, abrió en 1926. Trabajó con un molino hidráulico con cilindros de porcelana (no se desgastaban como los de piedra ni se recalentaban como los de acero) propiciando mejor calidad de la harina. Llegó a moler de 500 a 800 kilogramos diarios de trigo en sus mejores épocas. Cierra en 1947.

 Un poco más al sur funcionaron los molinos de las familias Hube y Don Otto, en El Hoyo, y de Breide, en Epuyén. Concentró el reducido volumen de trigo de sus respectivas zonas y comercializó harinas en circuitos locales.

 En Cholila, región que recibió desde fines del siglo pasado un aporte inmigratorio desde Chile y se impusieron prácticas agrarias, la producción cerealera justificó la instalación del molino, que comercializaría en su localidad, hacia Chile y hasta El Maitén. Era de la familia de Raúl Cea.

 Todos cerraron alrededor de 1947, por varias causas: delimitación de ejidos urbano más extenso, nuevas leyes de control bromatológico que perjudicaron a las harinas locales, alguna mala administración, un juicio costoso por indemnización a un empleado, problemas climáticos y  la llegada de harinas más baratas desde Buenos Aires, distribuidas desde El Maitén, donde estaba la punta de rieles a mediados de la década del 30.

 El aislamiento, la falta de caminos transitables, los rigores climáticos acentuaban las distancias. Las necesidades locales y las posibilidades cerealeras favorecieron el desarrollo de la agricultura y por ende, la instalación de molinos rústicos o de tecnología sencilla, con fuerza motriz variada. La producción, en general, alcanzaba a cubrir las demandas. Habiendo excedentes, se extendía la comercialización en la región, incluso a zonas vecinas

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