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Guillermo Lambert |
TESTIMONIOS: La Tragedia
Los
colonos Ibon Noya, Beatriz y Rosa Viricat, cuyos testimonios se
transcriben, eran niños
por entonces y habían
arribado a Puerto Deseado con sus padres en 1884, conformando una
población de unas 60
almas, de las cuales la mitad era
personal de Prefectura Ibón
Noya:
“El primer año mi padre señaló 150 corderos, cubriendo medianamente
la mortandad sufrida; y aún desconfiando ya del éxito, proseguimos
trabajando hasta que nos alcanzó el invierno de 1887. Por lo regular,
el gobierno nos mandaba un buque de tres en tres meses. A veces tardaba
más y ya se cumplía el medio año sin que el mar nos alegrara la vista
con una vela desplegada o el humo de un buque en lontananza. Aislados
del mundo, careciendo de víveres, creíamos que se habían olvidado de
nosotros en Buenos Aires. El 26 de junio, empero, mientras me encontraba ayudando a mi padre en el calafateo de una ballenera de la Sub Prefectura, divisamos a lo lejos un vapor. Era el “Magallanes”. Jubilosos, seguimos su avance hacia el puerto. De pronto mi padre exclamó espantado: ¡Ese buque esta loco, se va a ir contra las rocas si entra con la creciente! Y así sucedió.”
(Derrota
del "Magallanes", la flecha marca el lugar donde se hunde Beatriz
Viricat:
“Ese día, cuando nosotras traíamos las ovejas para el corral vimos al
vapor “Magallanes” entrando al puerto. Había nevado todo aquel día.
Aclaró el tiempo y cayó una helada, de la que solamente pueden guardar
recuerdo aquellos que la recibieron sobre sus espaldas, como mi hermana
Beatriz y yo. Mi
hermana arreaba las ovejas de a caballo trayendo encima de los bastos, por
delante, varios corderitos y yo, a pie, toda empapada la pollera y cargada
con todos los corderos que podía alzar. Mientras íbamos arreando las
ovejas, oíamos una gritería infernal y nosotras, a cada tanto decíamos:
¿
Que contentos están a bordo, estarán de fiesta? Por
fin llegamos a casa y después de dejar todo listo, al no ver a nuestro
padre, preguntamos por él a mama, respondiéndonos esta negativamente. Como estábamos empapadas y tiritando de
frío, todas sucias del barro de
los corderitos, fuimos a cambiarnos de ropa, extrañándonos de que
nuestro padre no hubiese vuelto. Apenas
pasados unos momentos llego papá: venia pálido y temblando, cuando pudo
hablar mira a mi madre y le dijo:
¿Viste
entrar al Magallanes? – Si – contestó ella. Pues no lo volverás a
ver salir. Eso también lo sé, respondió mi madre,
pues si sale de noche será imposible verlo. No, no es por eso
mujer; es que el Magallanes esta debajo del agua, dijo y temblabale la
voz.” Capitán
Mendez10:
“Como ya hacia como diez años que no había entrado en este puerto y
venia a bordo de pasajero el piloto del cúter Patagonia, Agustín
Maristany, quien ha entrado y salido varias veces y además en una de
ellas estuvo como 5 meses en los cuales practicó sondajes de este río, me
pareció lo mas apropiado valerme de sus indicaciones para entrar aquí. Una
vez adentro le hice presente también que
deseaba fondear donde acostumbraba hacerlo el “Villarino”, a lo
que me contesto que me llevaría al fondeadero que yo deseaba. Al rato de esto, sube al puente
el Subprefecto11 Chaneton y me dice que un remolino que se veía
a 200 metros de la proa, era originado por una piedra.
Como me pareció exacta esta observación, se la comuniqué a este Piloto
quien me negó rotundamente, en presencia de 8 ó 10 personas, que hubiese
algo y que era causa de la fuerte corriente que había. A pesar de esta
negativa del Piloto, mande poner todo timón a estribor, para evitar el
encuentro de esta, pues cuando ya nos habíamos cruzado, como la corriente
corriera de 6 a 7 millas y el buque no caminaba gran cosa, a pesar de ir a
todo fuerza, nos llevo la marea sobre la funesta piedra donde el buque se
abrió un rumbo debajo de la caldera de babor...” Beatriz
Viricat:
“Todas a un tiempo preguntamos a papa por la tripulación y el pasaje.
‘Se salvaron, repuso, gracias al
Contramaestre de la Sub Prefectura Enrique Burlotti y a los marineros que
lo acompañaban, dicen que solamente dos hombres murieron ahogados,
por que en vez de tratar de salvarse, se pusieron a tomar cognac. Los que
se salvaron por un milagro
fueron Burlotti y los marineros que lo acompañaban, entre ellos
Constantino Martines (hoy mi esposo). Cuando Burlotti vio el peligro, le
grito a Constantino que saltara contra la borda del bote para zafar y no
morir aplastado. Entre varios hicieron un esfuerzo supremo y con el valor
que da el peligro, zafo el bote en el mismo momento en que se hundió el
Magallanes para siempre. Con el borbollón que se formo, el agua tiró el
bote a la playa con todos lo que iban en él.” Padre
Beauvoir:
“Yo estaba sobre cubierta con el medico Segers que iba a Tierra de Fuego
y algunos pasajeros que esperaban el momento de bajar. Cuando el barco
cambiaba de bordada para
fondear, sentimos un golpe
tan violento que nos hizo saltar. Había encallado en un peñasco... Ante
tan inesperado sacudimiento y creyendo no fuese cosa de cuidado nos reíamos
un poco. Pero después un silencio sepulcral
reinó por todas partes durante algunos minutos. Enseguida
oyéronse
gritos alarmantes: ha dado en los escollos, por la parte de la maquina
entra ya el agua en la estiba, estamos perdidos...” Raúl
Entraigas:
en el “Primer Médico de Ushuaia” nos cuenta: “Segers coloca a su
mujer y a sus hijos en un bote que hace agua. Mientras unos reman, otros
baldean. Luego corre hacia su camarote para tratar de recuperar sus 8.000
nacionales. Un guardia con un Rémington le impide entrar. Vio Polidoro
que a otro que insistía le dieron un culatazo, así que se retira dando
el adiós a sus ahorros. Perdió también 40 cajones de equipaje que
llevaba.” Padre
Beauvoir:
“Finalmente un marinero nos avisó que bajásemos a un bote y yo asiéndome
a una cuerda que estaba sujeta al palo mayor descendí y conmigo también
el coadjutor12 Forcina. Con nosotros dos quedaba completa la carga. Tomamos
los remos, y después de muchos esfuerzos llegamos a la orilla. Nos pareció
que resucitábamos. Había
caído mucha nieve en los días
anteriores ( el 24 y 25 de junio), y en aquella hora (las 4 de la tarde),
soplaba un viento muy frío del sudeste. La mayor parte estábamos muy
mojados y tiritábamos de frío... El vapor poco a poco se iba al fondo,
no habían pasado quince minutos cuando de repente oímos un ruido
espantoso y divisamos una formidable columna de humo negro: el Magallanes
desaparecía velozmente de la superficie de las aguas. Ya sólo se veía la
punta de la proa y algunos metros del palo trinquete con un poco de vela. Me
adelante unos pasos muy ceca del mar y di la absolución “sub conditione
in articulo mortis” a los que desgraciadamente estuvieran por ahogarse.
Recé después algunas oraciones y me retiré. Los que vieron este acto se
conmovieron. Por las mejillas del valiente capitán don Félix Paz
gobernador de la Tierra del Fuego, veíamos correr algunas lágrimas. Mientras
nos retirábamos hacia la Subprefectura, distante como una milla del lugar
del desastre, dirigíamos de cuando en cuando, nuestra vista hacia el
lugar del desastre y una vez nos pareció ver una cosa negra que se movía
alrededor del palo. De allí a poco, advertimos el movimiento de una
bandera con señales de socorro. Empezaba a anochecer. Nos detuvimos un
poco y fijándonos atentamente reconocimos a un negro marinero, que se había
trepado a la punta del palo y pedía auxilio. Se le envió enseguida un
bote y vino poco a poco a tierra. Perecieron
dos: el mayordomo y el mozo de cocina, que habrían podido salvarse si en
aquel momento no hubiesen estado embriagados y hubieran hecho caso a quien
quería ayudarlos. Las
personas se salvaron pero los
equipajes no. Yo traía ocho cajas llenas con objetos para la misión,
cuyo valor ascendia varios
miles de pesos. Eran ornamentos sagrados, vestidos, medicinas, etc., para
distribuir entre los indios que me habían costado varios meses de
sacrificios, viajes y visitas...” A
las 16 el Magallanes yacía hundido dejando apenas ver su trinquete que
afloraba como un brazo pidiendo
auxilio (Este palo pudo verse en bajamar hasta los años veinte). El naufragio se consumó en
poco más de una hora, sin embargo se logró salvar todas las embarcaciones
del buque, esto es: tres botes, la lanchita a vapor
y el lanchón Leviatán que estaba trincado en cubierta y sólo se
utilizaría para la descarga en los puertos del sud que carecieran de
medios semejantes. Fallecieron
el Maestre de Víveres del buque Horacio Gonzales y otro hombre que si
bien no figuraba en el rol oficial del Magallanes, se lo sindica como Juan
Sastre o Cornelio Andrés, Auxiliar del Mestre de Víveres o Foguista Conforme informara al
Prefecto Marítimo el Jefe de la Subprefectura Puerto Deseado13,
tuvo una labor destacada en las tareas de abandono del Magallanes, el Jefe
de la Subprefectura Ushuaia, Subprefecto Alejandro Virasoro y Calvo. El personal de Prefectura
había acudido al lugar del naufragio con una falúa a remos y un bote más
pequeño. |