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Gravimétrica 29 - Y.P.F.

Puerto San Julián 1960

Relato testimonial - 1ª Parte

Kilómetro 3, Comodoro Rivadavia, Caleta Olivia; hasta aquí la ruta nacional nº 3, me era bien conocida. El año anterior había trabajado en el yacimiento Cañadón Seco de Y.P.F., a unos treinta kilómetros de Caleta Olivia.

El transporte: en un viejo camión, con mi valija y colchón (que corría por cuenta del ingresante), en la caja abierta; no había más carga.

El destino: Puerto San Julián, Comisión Gravimétrica Nº 29.

Hicimos noche en Jaramillo, en un "hotel" patagónico conocido del chofer, casi sobre la ruta. Una construcción típica: totalmente de chapa canaleta de cinc por fuera y madera por dentro. Se entraba a un salón común de bar, con una escalera a un balcón interno donde daban dos o tres habitaciones, sin luz eléctrica, sin agua corriente (palangana y jarra), baño afuera, camas sin sábanas, sólo un plumón de cobertor, de dudosa higiene pero abrigado. No estoy describiendo un "saloon" del oeste americano, pero lo parecía. Por lo menos esa noche no hubo disparos. Las comodidades fueron como para que me preparara para lo que vendría, aunque tenía experiencia de vivir en barcos que no daban alojamiento de primera.

Era a principios de abril de 1960. Salimos de madrugada. En esa pampa alta había caído una nevada prematura, ahora era una pampa blanca hasta donde daba la vista. La nieve no entorpecía el tránsito en la ruta que en este tramo no era pavimentada. Un moderno camión detenido llamó la atención del chofer y aunque no se veía nadie en la cabina, bajó a ver. En la cucheta dormía el conductor y propietario, vecino de San Julián. Fallas mecánicas lo habían inmovilizado durante la noche. Se alegró tanto con nuestra llegada que nos invitó a un asado en su casa y seguimos viaje los tres.

Lo primero que ví al llegar a San Julián fue el cementerio y , amontonado hacia la bahía, el pueblo. Realmente no resultaba muy atractivo. Bajamos la amplia avenida San Martín, no pavimentada. La Comisión ocupaba casi una hectárea sobre ella, todavía en la zona alta donde había pocas construcciones.

Fuí presentado al jefe, el ingeniero Gambirassi, por el encargado administrativo de apellido Pautaso. Este me indicó que trabajaría un tiempo con el equipo del topógrafo Fernández, para que él, que era uno de los que más tiempo llevaba en la Comisión, decidiera cuándo podía seguir solo.

Me asignaron la vivienda: una casilla prefabricada de madera machiembrada, sin revestimiento interior, sin agua corriente, con luz, había una fila de letrinas a unos cuarenta metros y las duchas y lavatorios en una construcción de chapa, en parte abierta. Todos los topógrafos vivían en estas casillas, cuando regresaban al pueblo los sábados hasta el lunes por la mañana. Depósitos, taller, garage y oficinas completaban las instalaciones, rodeadas en parte por un alto alambrado.

Supongo ahora que la precariedad derivaba del poco tiempo que estas Comisiones, dependientes de Exploración de Y.P.F., permanecían en una zona. Eran la avanzada de la explotación petrolífera. Aquí pagaban el mayor sobresueldo por zona desfavorable.

Mi salida de Buenos Aires había sido bastante triste, tuve que despedirme de la mujer con la que deseaba casarme, a la que conocí después de haberme comprometido con este trabajo. En San Julián me enteraría que la Comisión a fin de ese año se trasladaría al Chaco santafesino, a una zona selvática. Ese tipo de bosque, con su colección de bichos molestos, viviendo en carpa, abriendo picadas, no era para mí. Así que dentro de unos meses regresaría para aplicarme a la sencilla y nada peligrosa tarea de formar una familia. 

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