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Isla de los Estados
"El
que no conozca la isla de los Estados y no haya pasado un invierno por
sus bahías desamparadas jamás podrá darse cuenta de las inclemencias
que rodean aquella inmensa piedra.
Tiene treinta y cinco millas de largo por seis de ancho y por toda su extensión se levantan conos irregulares y agudos. Sus costas, precipicios de piedra desnuda, muestran senos profundos que penetran en el corazón de sus montañas, dividiéndolas en penínsulas unidas por itsmos de poca anchura. En el fondo de las quebradas y en las faldas y recuestos, bosques espesos disimulan su aspecto áspero y desigual. Todos los límites que presenta al mar son inabordables. A lo largo de sus costas sin playas desarrolla su perfil agresivo erizado de rocas. Allí no hay transición entre el océano y la tierra. Los dos elementos están frente a frente, sin intermediario. El basamento irregular de aquella mole se sumerge a pique entre abismos profundos. Cavernas submarinas y a flor de agua la circundan de trecho en trecho. Allí van las aguas a convertirse en remolinos entre gemidos y clamores salvajes que aúllan según el diapasón de las tormentas; allí remolinean las cabelleras de las algas y las olas danzan, se irritan, se rompen y rugen y, convertidas en masas de espuma, vuelven al mar saltando y sacudiéndose entre los escollos que les estrechan el paso. No es posible imaginar nada más desolado. En casi todos los días de invierno nieblas opacas se ciernen sobre ella y la envuelven como un inmenso manto. Entonces se esfuman sus aristas, sus ruidos se adormecen y toda la isla se sosiega y queda como muerta entre los pliegues de aquel sudario húmedo y siniestro. Raros son los días en que su cielo está sin nubes y muy contados en los que brilla el sol. Todo su paisaje es triste y produce una impresión de angustia. Aun en pleno verano se ven los conos de sus montañas con grandes mantos de nieve. Inútil buscar fuera del radio de la subprefectura algún signo de vida, el ladrido de un perro o el balido de una oveja. Sólo se escucha a veces el grito débil de alguna ave marina lanzada desde lo alto de esas rocas batidas por el mar. Se suelen encontrar en sus orillas vestigios de campamentos, trozos de velámen que sirvieron de carpas, restos de fogones, utensilios abandonados que indican todavía el lugar ocupado por los náufragos. Y de noche, cuando, a los misterios inquietantes de la hora, se agregan los alaridos de la tormenta; cuando el viento grita y gime entre sus peñascos desnudos, cuando los ímpetus del mar estremecen sus moles gigantescas, ¡ay!, entonces aquel pedazo de planeta parece una maldición petrificada, envuelta por los rugidos del caos. En el fondo escondido de alguna de sus ensenadas, de caprichosa configuración, donde no puede llegar la violencia del oleaje por la dirección oblicua con que éstas se internan, por los islotes y puntas que las resguardan, el aspecto cambia, parece que la Naturaleza se humanizara y la mirada entonces descansa sobre un seno líquido transparente y tranquilo. Ni el más leve rumor interrumpe el silencio de aquel rincón dormido. Montañas cubiertas de bosques lo rodean, de bosques tupidos de verde y quieto follaje, que prestan al cuadro la serenidad grandiosa de la Naturaleza en reposo, tan sólo perturbada por el murmurio de algunas cascadas, que dejan oír a la distancia sus ecos llenos de misterio y de poesía. ¡Allí todo está en calma! Allí van reposar las aves; bandadas de petreles y cormoranes, de avutardas y palomitas del cabo alegran el paisaje. Allí se juntan las algas que arranca en las afueras el oleaje y lleva la marea. Una flora insospechada viste y empenacha las rocas con hayas y abedules, cuyas ramas cuelgan hasta besar el cristal de las aguas. Las nutrias asoman por las orillas, los lobos juguetean por el borde de las playas. Pajaritos de vivos colores saltan y vuelan entre el ramaje, mientras allá, en el fondo de las aguas transparentes, sobre lechos de arena de obscuros matices, se ven moverse estrellas, erizos y variados peces que se ocultan luego entre las algas que apenas parece que flotaran. Allí un pulpo que espía; una araña de mar negra y fornida que salta sobre su presa. De pronto en la base de un peñasco el agua se enturbia ..., es un calamar que se defiende de algún tentáculo traidor... Algo se arrastra, pasa y se oculta entre el vergel submarino. Variadas familias de crustáceos alfombran aquel lecho, escarabajos, holoturias y otros organismos se mueven, se reúnen, se separan y hacen su vida callada ...; pero así que el buque leva sus anclas y hace proa hacia afuera, tan pronto como rebalsa la cercana punta y asoma al mar, el hermoso ensueño se desvanece y vuelve otra vez al cuadro salvaje, más salvaje aun por la impresión vigorosa del contraste." De la "Novela del Mar" Por el C.Almte.Mariano F.Beascoechea. (F38) pág. 48-50 |