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Relato de Ricardo E. Drault

"El Viaje" - 3ra. Parte 

En Caleta había muy pocos chicos de mi edad ,solamente tres o cuatro. Dos fueron los que pidieron permiso a mi tía , para que me permitiera acompañarlos al monte Blanco, donde se podían encontrar cosas raras.

Salimos del pueblo, algo que no estaba muy delimitado, hacia el norte. Era un terreno plano lleno de matas espìnosas, a no mucha distancia de la costa.

Caminábamos en fila india, ellos guiaban. Mi buena vista los alertó sobre un gran lagarto, muy colorido, que moviendo su lengua bífida, nos detectaba desde una rama, justo por donde debíamos pasar. El "monstruo" fue asustado y rápidamente desapareció.

Los amigos me iban instruyendo sobre las cosas de su mundo fantástico. La mata del lagarto, con unos frutos azul oscuro, se llamaba calafate. Si uno comía esas pequeñas uvas, más semilla que otra cosa, de sabor agradable, regresaba a estos lugares. Me ofrecieron y comí. Muchas veces regresé a la Patagonia,aunque no a ese lugar en especial.

Proseguimos la marcha por esa tierra arenosa, hasta que  divisamos el misterioso monte Blanco. Todo a su alrededor era plano, parecía un helado de crema. Calculo, ahora, tendría unos 15 a 20 metros de alto. Escalarlo era difícil, se desmoronaba, era tierra blanquecina, compactada. Arriba encontramos un pedazo de alga y pequeños caracoles petrificados, alguna vez habría sido fondo de mar. En la base todo tipo y tamaño de dientes también petrificados, que ellos ya me habían anticipado que encontraríamos.

Nos divertimos tratando de bajar la pendiente que se deshacía bajo nuestros piés y nos hacía caer y rodar.

Regresábamos, yo con mis tesoros, cuando comenzamos a percibir un olor nauseabundo. Nos desviamos hacia el lugar de donde nos parecía que provenía. Eran los pescadores limpiando cazones (familia de los tiburones). Los abrían, sacaban las vísceras, separaban el hígado y el cuero con la carne, el resto era desperdicio. Unos montones más antiguos producían el olor irrespirable. No recuerdo si cortaban la cabeza como desperdicio, algo que podría asociarse con los dientes que se encontraban en esa zona.

Según supe después, se decía, que alguna empresa norteamericana compraba el hígado para producir aceite, que la fuerza aérea administraba a sus pilotos de combate, para mejorar su visión. Versión algo rara que jamás volví a escuchar. Recuerdo que la segunda guerra mundial iba a terminar este mismo año. En cuanto al cuero con la carne, supongo que se transformaría en símil bacalao salado.

Ya a la vista del mar, sobre el camino de ripio que llevaba a Bahía Solano y pico Salamanca, regresamos al pueblo.

 Hasta Pronto

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