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Relato de Ricardo E. Drault

"El Viaje" - 4ta. Parte 

La aventura prometía en grande. Mi tío Emilio me iba a llevar a un "picadero indio" en Bahía Solano. La posibilidad de obtener nuevos tesoros, poco me dejaron dormir esa noche.

Mi información se limitaba a que era un lugar donde los indios trabajaban las piedras, para hacer las puntas de sus flechas. Ninguna sobre como las fabricaban. Realmente jamás había visto una punta de flecha de piedra, las conocidas, tenían en la punta una pequeña sopapa para que se pegaran en el blanco. Indios, sólo la imagen de los que peleaban con los cowboys. 

Emilio pensaba cazar un guanaco, para ello iba a llevar el winchester 44, con balas dum-dum. Me impresionaba la señal que hacía del agujero que  provocaban esas balas, que lo pasaban lado a lado, esperaba que ninguno se cruzara por nuestro camino. La carne del animal, hervida, era para las gallinas. Tenía un gallinero bien surtido, con una buena producción de huevos frescos para la casa y para el trueque.

La mañana llegó. El camino costero  de ripio, hacia el Norte, apuntaba directo al Pico Salamanca. Se transitaba muy cerca de la costa de Bahía Solano, se podían ver muchos huesos grandes, de ballena, blanqueando al sol, en esa angosta playa de guijarros. El panorama hacia el interior, de matas bajas, y lomadas a lo lejos.

El famoso "picadero" era un claro entre las matas no lejos del camino, un desnivel de forma casi circular, formado por restos que parecían de cantos rodados, rotos, de bordes filosos con los que llené mis bolsillos, para agregarlos a mis tesoros. Algunos eran muy llamativos, veteados de color y semi transparentes.
Recien ahora sé que allí habían trabajado los antepasados de los tehuelches. 

De puntas de flechas, nada. De guanacos, por suerte tampoco. Sí, de bolsillos rotos. Un regreso con algo de desilusión.

Pocos días después, de visita a una familia de la que creo recordar el apellido: Bultig. Con la que mi tío hacía el trueque de huevos frescos por alguna conserva hecha de nabos. Emilio le comenta a la señora la fallida visita al picadero. Ella aparece con una caja de zapatos que me obsequia. Llena de tesoros, incluso puntas de flechas. Quedé deslumbrado, enmudecido.

Los tesoros se perdieron. Los conservé muchos años, quizás era hora que despertaran la imaginación de otros. Pero...¿para qué tengo memoria visual, y cierta habilidad para dibujar? Aquí reproduzco algunos, en el tamaño y color que recuerdo, dos puntas de flecha, una entera, muy pequeña, perfecta en su geometría, la oscura, más grande, despuntada; una punta de lanza y un raspador.

Hasta pronto

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