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Relato de Ricardo E. Drault

"El Viaje" - 5ta. Parte 

"La restinga", ese fondo que el mar descubre por algunas horas con ayuda de la luna. Ese enorme patio, irregular, casi negro de petroleo, que podíamos investigar hasta que la creciente nos echaba.

Debían ser quinientos o más metros hasta el borde del mar. En el costado norte, la caleta, una franja angosta y larga, que mantenía cierta profundidad de agua, permitiendo a embarcaciones menores atracar a un muelle incluso durante la bajamar.

Caminábamos entre las patas de los gigantes. Las torres, con sus infatigables "gatos de bombeo", mosquitos metálicos chupando el oro negro. Enlazados por las pasarelas, caminos elevados, del ancho de dos tablas, debajo de las que corrían los caños para el petroleo y la corriente eléctrica para mover los "gatos". Un alambre a cada lado oficiaba de pasamanos.

La pileta, excavada en la roca, de forma perfectamente rectangular, en una parte elevada del resto de la restinga. Quedaba llena en la bajamar. Había que ser muy valiente para meterse en el agua tan fría (era verano), el que lo intentó, de cuerpo bien blanco, se puso azul.

Disuadidos de este entretenimiento, lo siguiente era pescar con una bolsa. Abriendo la compuerta que la pileta tenía y aplicando una bolsa era muy fácil hacerse de los peces que habían quedado atrapados. También se hallaban buenos ejemplares en algunos pozones. Supongo que los antiguos habitantes no  despreciarían alimento tan fácil de obtener.(1)

Uno de los pescadores comerciales del lugar, estaba desplegando la red desde el borde de la caleta, en un bote a remo. Fuimos a curiosear. Realizó un semicírculo y regresó a tierra (a la restinga), comenzó a tirar cerrándola, se notaba que venía una enorme cantidad de pescados. Un cardúmen de sardinas había entrado en la caleta. Dimos una mano y obtuvimos un gorro, o lo que fuera, lleno de brillantes sardinas, que rápidamente llegaron a las casas.

Siempre he recordado esos sabores de los frutos del mar, comidos totalmente frescos, de la red a la mesa: langostinos, centollas, róbalos, meros, sardinas, mejillones, etc.
Ahora no sólo estos sabores han quedado en el recuerdo de los más viejos, especialmente de aquellos habitantes de ciudades.

Hasta pronto

 (1)"No comen pescado, ni tampoco cerdo. Estos dos animales son considerados como inmundos, manifestando para ellos una repugnancia invencible." En Ramón Lista "Los Indios Tehuelches, una raza que desaparece", Ed. Confluencia, pág.72

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