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Gravimétrica 29 - Y.P.F.

Puerto San Julián 1960

 

(La mayoría de los topógrafos de la Comisión. Fernández saca la foto)

 

Relato testimonial - 4ª Parte

La foto; un fin de semana en Puerto San Julián, la mayoría de los topógrafos de la Comisión, compartiendo una "picada" en el Club Mitre (incluía carne de capón troceada), todos de traje y corbata, quizás había invitación a alguna fiesta. En el campo: borceguíes a los que se les adhería una sobre suela de cubierta de camión, necesaria para conservarlos al caminar en el ripio y la nieve, calzoncillos largos, pantalones de tela gruesa (a veces dos), 2 pares de medias, camiseta de abrigo, camisa, pullover (usaba uno fino con capucha y otro común arriba) y campera de cuero.
Sólo recibí las camisas y los borceguíes, la campera llegó casi cuando me iba, heredándola Luis el chofer (los demás recibieron otros artículos).

El año anterior trabajando en la oficina de Inventario, en el yacimiento de Cañadón Seco, debíamos distribuir el equipo que Y.P.F. se había comprometido entregar a los trabajadores: 1 gorro de cuero con orejeras, 2 camisas de trabajo, 2 pantalones, zapatos de seguridad, guantes, campera de cuero. La mayoría no llegaba nunca, especialmente las camperas de cuero; y menos las reposiciones. He visto a muchos trabajar en la nieve con alpargatas y mal vestidos para esas temperaturas. El salir para el trabajo cargando la damajuana era lo normal (aunque el vino que se vendía allí era bien bautizado), lo que no evitaba continuos accidentes, incluso con pérdidas de vidas. La mayoría de los trabajadores eran de origen chileno y argentinos de provincias norteñas.

Volvamos a San Julián.

El baño al llegar del campo era una necesidad imperiosa, después de casi seis días sin esa posibilidad, el sábado después de entregar el trabajo de campo, y antes del almuerzo, era el horario preferido. Me quedó grabada la imagen de alguno que, luego de ducharse, iba en salida de baño y suecos, transitando por la nieve para vestirse en su casilla, rodeado de una nube blanca que exhalaba el calor de su cuerpo en el frío ambiente bajo cero.

Los sábados a medio día almorzaba en un hotelito cercano, con cargo al sueldo. A la hora de la siesta tenía una cita de rigor, en la telefónica, en la San Martín abajo, la llamada del enamorado, a Marilú en Buenos Aires. Estas conversaciones, con todas las pavadas que decía, fueron, hasta que me enteré, entretenimiento de algunos del pueblo. Ocurre que era radio-teléfono, así que podían sintonizarlo por la radio común. Enterado por alguien que sentía verguenza ajena, comencé a decir barbaridades, nunca supe si disminuyó o aumento la audiencia.

Las posibilidades de entretenimiento finsemanero no eran muchas: el cine, en un salón de usos múltiples, algún baile o "La Casita", que las malas lenguas decian que pertenecía al comisario. Algún día de fiesta patria, fui invitado al Club Inglés, que también festejaba, a su manera. Un fugaz paso por Londres y cierto conocimiento del idioma, incentivado por unas copas de auténtico escocés, me permitieron una larga charla (algo así como 22 medidas, o fueron 2, y conté doble) con el presidente del club.

La sede estaba al comienzo de la San Martín, muy cerca de la bahía. Aparte de otras dependencias, contaba de un estar con mullidos sillones y una chimenea que quemaba carbón de piedra, parecía la fragua de Vulcano. Aquí las señoras, bien apoltronadas, se dedicaban al chismorreo. Un desnivel y la barra del bar, que nos sostenía a ambos. Cuando el presidente decide abandonar, apunta a la puerta de salida, el desnivel y el scotch le juegan una mala pasada, termina cuerpo a tierra, entre las señoras que no se sorprenden mucho, casi como si no hubieran visto nada, salvaguardando la dignidad de su presidente. Me costó un tiempo elegir la ruta de escape, lo logré con algo de inestabilidad. Afuera me recibió un viento fuerte sobre una nevada liviana, congelada, el frío era intenso. Nunca había tenido la sensación de que me estuvieran tajeando los pulmones por dentro. Muy feo. Por suerte era joven, sanito y alcoholizado. Caminé con dificultad contra el oeste, la San Martín arriba, creo haber iniciado un discurso en un palco preparado para el día siguiente, y rápidamente repudiado por los vecinos despertados. Me costó bastante encontrar el portón para camiones, tanteando el alambrado. Ya era el 25 de mayo de 1960.

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